Viajar… qué bonito es viajar
Miro al pasado y recuerdo los nervios de mis inicios: Mi primer vuelo en avión, mi primer viaje solo, mi primer viaje a Asia, la primera noche en el hostel, el primer cruce de frontera por tierra… y así podría seguir con muchas “primeras veces”.
Pasa el tiempo, pasan los años, y los sellos se acumulan en el pasaporte teniendo que renovarlo mucho antes de su fecha de caducidad.

Fuente: elaviador.do
Se acumulan experiencias, vivencias, momentos… pero cada vez es más difícil volverse a sorprender en un viaje. O eso al menos me está pasando

Mi primer viaje solo. Enero 2005
Inconscientemente cuando vas a un sitio, siempre te recordará a alguno anterior y será imposible NO compararlos. Sé que no debería hacer esas cosas pero no lo puedo controlar, y es una pena ya que muchos sitios son preciosos pero quizás por el mero hecho de comparar estoy dejando de disfrutar de su belleza.
¿Le pasa esto a alguien mas? Seguro que sí…
Personalmente estoy buscando destinos que puedan ofrecerme algo que no haya visto, hecho o conocido antes, pero cuando ya tienes algo de bagaje por el mundo de los viajes, encontrar esos sitios ed cada vez más difícil.

Mi primera vez en un hostel. 2005
Por ejemplo en los destinos musulmanes, incluso los más radicales que he conocido han perdido ese encanto al occidentalizarse. No sólo con el aumento de la gente que los visita, sino que por ejemplo, los bazares o mercados apenas tienen tiendas de especias, fruta o artesanía a mano , mientras que artículos electrónicos, falsificaciones de ropa y camisetas del Barça/Madrid, llenan esas pequeñas callejuelas.
Ya sé que ese comercio tiene que existir, pero quizás invade mucho las zonas que son o deberían ser más auténticas.

Irán, mi primer país musulmán
Lo mismo sucede con destinos budistas en el Sudeste Asiático, católicos como en Europa o Sintoistas como en Japón, donde aprendí que visto un templo, vistos todos, y que lo que realmente impresiona es el entorno en el que se encuentran esos templos más que la belleza de ellos

Mi primer salto en paracaídas. 2008
En otro aspecto, en lo que se refiere a la naturaleza, hay varios destinos que me han sorprendido enormemente. Islandia y Noruega han sido las que más veces me han dejado con los ojos abiertos, la respiración detenida, y el corazón encogido.

Mi primera vez en Noruega, 2010
Los glaciares, los fiordos y las auroras boreales ya han quedado grabados en mi retina, y si bien pueda volver a ver otros más impresionantes, nunca serán como el primero.
Si me pongo a pensar, quizás me “queden” por vivir experiencias en destinos mucho más especiales que los comunes, aunque cada vez hay menos destinos NO comunes. Y se me vienen a la mente sitios como el África profunda, destinos con clima extremo (mejor de frío), o Latinoamérica, ya que es una vergüenza ser de allí y no conocer mas que Chile, Panamá y Costa Rica. Seguro que recorrerlos en mi propio idioma es una grata y nueva experiencia.

La primera vez que acampé. 2016
Por otro lado, muchos destinos se viven de una u otra forma dependiendo también la compañía que se tenga, por eso me he dado cuenta que más que el destino en sí, lo que le da un valor añadido es la gente, tanto con la que viajas como con la que te encuentras en el camino.
Está todo visto sobre las playas de Tailandia, El Transiberiano, Machu Picchu, Las Cataratas Victoria o Nueva York, pero nadie podrá contar las experiencias que cada uno tenga en esos o en otros destinos, y menos aún, las sensaciones y experiencias que se tienen con la gente que conozcan en el camino.

Mi primera Aurora Boreal. 2015
Haciendo un mea culpa, el buscar y sobre-informarme sobre un destino en concreto pudo matar en alguna medida el factor sorpresa que me encontré allí (Eso me pasó con Myanmar), pero por otro lado debo hacer un ejercicio personal de cómo poder vivir cada destino como si fuera el primero, y que me haga volver a tener esos nervios previos que tenía allá por el 2004 cuando empecé mis viajes por el mundo.
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